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La crisis de salud del COVID-19 está afectando la situación de seguridad alimentaria y nutrición en Honduras.

Estamos viendo como son afectados los más pobres principalmente: menores que dependen de los comedores escolares para no pasar hambre, parcelas y granjas que no tienen personal porque se prohíben los desplazamientos y familias que viven del día a día están cayendo en inseguridad alimentaria.    

La cuarentena ha demostrado la falta de acceso de algunas personas a bienes y servicios esenciales, también ha dejado en evidencia las lagunas del sistema de protección social, ambos temas que empeorarán por el cambio climático en los próximos años y que pone la alarma en los sistemas alimentarios.

Por otra parte, esta crisis también ofrece una visión renovada de los sistemas alimentarios resilientes, ya que las comunidades rurales han podido paliar las brechas en los sistemas alimentarios que se viven en la ciudad.

Esto es fundamental, pues el apoyo al desarrollo agrícola y rural demuestra ser efectivo para lograr la seguridad alimentaria, tal como se impulsa desde EUROSAN Occidente, de la Unión Europea. Pero aún falta avanzar para lograr una transformación del sistema alimentario que genere resiliencia en todos los niveles.

Debemos plantearnos la necesidad de mejorar los sistemas alimentarios en este momento, ya que así podremos ralentizar la destrucción del ambiente; reducir la vulnerabilidad frente a situaciones expuestas por el COVID-19; volver a conectar a las personas con la producción de alimentos, haciendo que los alimentos frescos y nutritivos sean accesibles para todos, lo que también impacta en las condiciones de salud; y mejorando las condiciones salariales y de seguridad de los trabajadores agrícolas, limitando así su fragilidad ante la crisis económica y sus riesgos de contraer enfermedades.

Los sistemas alimentarios a nivel mundial

A nivel mundial, la crisis del COVID-19 reveló tres problemas del sistema alimentario industrial:

  1. La agricultura industrial está provocando la pérdida de hábitat y creando las condiciones para que emerjan y se propaguen nuevos virus.

El desbordamiento zoonótico ocurre por dinámicas complejas entre ecosistemas humanos y naturales con condiciones socioeconómicas y estructurales que determinan su un evento se convierta o no en un brote, y si el brote se torne epidemia o pandemia.

La agricultura industrial aumenta el riesgo por dos vías: 1) la producción ganadera intensiva que amplifica el riesgo de aparición de enfermedades porque tiene animales confinados en espacios pequeños, reduce la diversidad genética, la rápida renovación de animales y fragmenta el hábitat por la expansión; y 2) como indicó la OMS, la propagación de enfermedades se agrava por el cambio climático, la destrucción del ecosistema, la deforestación, la pérdida de biodiversidad y el cambio en el uso de la tierra, que son propias de la producción agrícola intensiva y expansiva.

Aunque el origen del COVID-19 no es concluyente, se cree que se produjo a través de una combinación de las vías descritas. También se investiga actualmente a las granjas industriales como un posible punto de transmisión.

  • Las cadenas de suministro de alimentos revelan sus vulnerabilidades.

El confinamiento ha creado presión en las cadenas de suministros locales, regionales y globales a través de la logística.

Las cadenas alimentarias, que dependen del flujo de personas, de insumos de producción y alimentos, se verán perjudicadas por las restricciones de movilidad, por ejemplo: al impedir que trabajadores de temporada crucen las fronteras y al tenerse que dejar pudrir en los campos la comida no cosechada.

En países desarrollados, los supermercados con su modelo de abastecimiento “justo a tiempo”, están luchando para hacer frente al aumento repentido de la demanda, lo que da lugar a estanterías vacías, sobre todo en la parte de frutas y verduras frescas.

Las restricciones a la exportación, introducidas por un grupo pequeño de países, también interrumpe la cadena de suministros. Por ejemplo: Malasia suspendió la importación de arroz vietnamita y quedó con reservas reducidas a 2 meses, y los alimentos frescos que exporta Malasia no están llegando a Singapur.

Asimismo, la precariedad de los trabajos agrícolas ha quedado expuesta, pues siguen trabajando para mantener el suministro de alimentos, pero lo hacen en condiciones de inseguridad sanitaria porque la cadena alimentaria no ha podido adaptarse al distanciamiento físico y a las prácticas higiénicas sin que pierdan rentabilidad, y los trabajadores alimentarios, que ahora se consideran “imprescindibles”, son los últimos en la lista para obtener materiales de protección.

  • Las personas pobres son las más vulnerables a una recesión mundial.

Antes del COVID-19, 820 millones de personas están desnutridas y 2 mil millones de personas sufren de inseguridad alimentaria. En América Latina más de 10 millones de menores dependen de la alimentación escolar y ahora están vulnerables por el cierre de las escuelas. La pérdida de remeses también será un golpe a los países en desarrollo.

A medida que las economías se detengan, los impactos serán más duros para las personas pobres, en especial mujeres y niñas, que son las más afectadas en las familias vulnerables.

En todo el mundo, los trabajadores del sistema alimentario son víctimas de inseguridad y bajos salarios, por ende, se encuentran en mayor riesgo de sufrir por las interrupciones en la cadena de suministros de alimentos. En la misma situación se encuentran aquellos trabajadores ocasionales y del sector de servicios como restaurantes y comercios minoristas, quienes sufrirán por la desaceleración económica y las medidas de distanciamiento social.

La crisis también está afectando la calidad nutricional de la alimentación, ya que se están consumiendo alimentos altamente procesados y hay menos frutas y verduras frescas disponibles. Esto podría aumentar la incidencia de enfermedades no transmisibles relacionadas con la calidad de la alimentación. Por ejemplo: en Reino Unido, 76.5% de los pacientes con coronavirus tiene sobrepeso.

Respuesta del sector alimentario al COVID-19

Si bien las circunstancias actuales son excepcionales, la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios ante el cambio climático y las enfermedades relacionadas era clara mucho antes de la crisis del COVID-19 (crisis del petróleo de los años 70, escalada de precios de 2007-2008, SARS y ébola, peste porcina africana).

El singular aumento de la solidaridad y del activismo de base han sido unas de las respuestas más notables a la crisis. Desde la donación generalizada de alimentos a los indigentes en India y Pakistán, hasta el suministro de comidas transportables a las poblaciones desfavorecidas en los Estados Unidos y Canadá, las comunidades se han unido para cerrar las brechas en el sistema y ayudar a los necesitados.

Además, la crisis ha ofrecido una idea de cómo podrían ser los sistemas alimentarios nuevos y más resistentes. Los gobiernos, en múltiples niveles, han actuado rápidamente para garantizar la protección de los trabajadores y el acceso a la alimentación, a menudo trabajando en conjunto con la sociedad civil.

En India se instalaron cocinas comunitarias administradas por redes de mujeres. En Portugal otorgó la ciudadanía temporal a los trabajadores migrantes. Francia trabaja con los sindicatos de agricultores para desarrollar consejos de higiene personalizados. Canadá declaró los mercados de agricultores como esenciales. Tailandia distribuyó semillas, fortaleció el comercio en línea y las entregas a domicilio.

Las cadenas de suministros también están cambiando, al menos temporalmente. Unilever está proporcionando pagos anticipados y créditos a sus proveedores más vulnerables. Uno de los principales procesadores de alimentos orgánicos de Estados Unidos, Clif Bar & Company, está proporcionando compensación a sus trabajadores, otorga permisos con goce de sueldo y donó 3.6 millones de productos a bancos de alimentos y hospitales locales. Fair Trade International aumentó la flexibilidad en el uso de primas de comercio justo, permitiendo que los agricultores aseguren la salud y alimentación.

La crisis también cambió la forma de buscar y comprar alimentos. Los pedidos en línea y las entrega a domicilio se están disparando y podrían conducir a cambios duraderos en la forma de adquirir alimentos.

La agricultura sostenida por la comunidad también está demostrando ser valiosa para el suministro de alimentos frescos (Francia, Polonia, Estados Unidos, China y otros).

Por otra parte, los sistemas alimentarios industriales están aprovechando la crisis para aumentar su control en la producción de alimentos poco saludables, lo que nos sigue haciendo vulnerables ante las pandemias.

Por ejemplo: en Canadá están pidiendo la moratoria a la regulación de alimentos para no frenar la comercialización de comida rápida a los escolares y desean demorar el etiquetado de alimentos poco saludables y altamente procesados. En México, se vive igual situación con el etiquetado. En Europa acusan al sistema alimentario ecológico de no poder producir suficientes alimentos y otro están pidiendo que se ejecute el programa de distribución de semillas y fertilizantes usado en la crisis del 2007-2008.

La ruta por seguir

Las vulnerabilidades del sistema alimentario no deben olvidarse cuando pase la crisis. Debemos:

  • Tomar medidas para proteger a los más vulnerables, asegurando su acceso a alimentos de calidad y estableciendo derechos complementarios para compensar la pérdida de ingresos y así mantener la seguridad alimentaria de los hogares.
  • Se deben tomar las medidas adecuadas para garantizar que los trabajadores del sector agrícola y alimentario, incluidos los trabajadores migrantes y los del sector informal, tengan acceso a condiciones de trabajo seguras y dignas
  • El acceso a estructuras informales del mercado son a menudo la única opción para los hogares pobres, que tienen poca o ninguna capacidad para comprar en grandes cantidades o para almacenar alimentos. Por eso, apoyar a estos mercados para que cumplan con las medidas de higiene y garantizar el acceso a ellos es crucial, manteniendo así su papel esencial en la distribución de alimentos.
  • Las estrategias locales de salud deben fortalecerse como respuesta a los brotes de enfermedades.
  • Debemos impulsar el cambio de la agricultura industrial a sistemas agroecológicos diversificados, que son resilientes porque combinan diferentes plantas y animales para producir sinergias naturales que evitan el uso de químicos sintéticos para producir. Esto también genera menos dependencia de los insumos importados, protege los hábitats y genera alimentos saludables.
  • Los subsidios agrícolas estatales deberían impulsar los sistemas alimentarios agroecológicos para hacer más resiliente la agricultura de los países, garantizar las cadenas locales de suministros y fortalecer las regulaciones de seguridad alimentaria.

Ante lo expuesto, podemos ver que la crisis nos ha dado la oportunidad para repensar el sistema alimentario y nutricional global, regional y local. Depende de nosotros aprovecharla.

Desde EUROSAN apoyamos la adopción de sistemas agroforestales que puedan producir suficientes granos básicos para aumentar la seguridad alimentaria de las familias.

También realizamos actividades para reducir los índices de desnutrición crónica y fortalecemos las capacidades institucionales y humanas de las Mancomunidades para asegurar la sostenibilidad de los sistemas de producción. Además, impulsamos la innovación para facilitar el acceso a tecnologías que mejoren las condiciones de la seguridad alimentaria y nutricional.

Durante la crisis, además, realizamos la campaña de sensibilización “Yo me cuido y te cuido” para difundir mensajes que apoyan los comportamientos y actitudes positivas para protegerse durante la pandemia.

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